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La banca central

¿Herramienta para el desarrollo o la estabilidad?

13 febrero de 2013

(Columna de José Anchorena, director de Desarrollo Económico de la Fundación Pensar)

Fundamentalmente existen tres propuestas de desarrollo en el país: el kirchnerismo, un socialismo anticuado y un desarrollismo moderno. El primero es el modelo que vivimos en los últimos diez años y profundizado en los últimos cinco. Más que un modelo de desarrollo se trata de un proyecto de poder, por lo que el objetivo de desarrollo ya no es prioridad. Los otros dos son modelos que tienen su tibia expresión en gobiernos provinciales (el socialismo en el FAP de Santa Fe, y el desarrollismo en el PRO de CABA o en el peronismo cordobés). Son tibias expresiones no tanto porque presenten ideas diluidas (aunque algo de eso hay) sino porque en un país cada vez más centralizado fiscalmente es difícil implementar eficazmente un modelo en un gobierno provincial. Seguramente el efecto será más fuerte si alguno llega al poder nacional.

Ahora, existen fuertes diferencias entre estos dos modelos de desarrollo que es conveniente ir delineando para informar a la población de las alternativas que tiene. Aquí me limitaré a mostrar las diferencias con respecto al rol del Banco Central.

El kirchnerismo ha hecho añicos la independencia del Banco Central. Acordemente, la inflación ha crecido de 4% anual en 2004 (cuando se dio el primer golpe a esa independencia con el desplazamiento de su Presidente) a más de 25% en el presente. La inflación se ha convertido en el eje de cuatro problemas económicos centrales: primero, caída de los ingresos reales de las personas; segundo, caída de la competitividad internacional, lo que implica menores cantidades exportadas, mayores importadas y menor empleo de calidad; tercero, disminución del ahorro local, lo que implica escasez de fondos prestables y, por tanto, de inversión productiva y, cuarto, sustitución de moneda, lo que implica depreciación del peso.

El problema reside en que el socialismo anticuado (y sus pares, los radicales alfonsinistas) tiene la misma visión que el kirchnerismo: las herramientas del Banco Central deben ser usadas para el desarrollo, el crecimiento y la redistribución, y no principalmente para políticas anticíclicas de estabilización. Así, las objeciones de izquierda en la votación de la reforma de la Carta Orgánica a principios del 2012 fueron porque se usarían las reservas para el pago de deuda y no habría apropiado control del Congreso. Por ejemplo, el diputado del FAP Claudio Lozano argumentó: “Sabemos de la imprescindible necesidad de contar con una herramienta de crédito que permita una política de fomento sectorial, regional, productiva, y que nos permita establecer quiénes son los sujetos principales del proceso de desarrollo que queramos impulsar.”

Sin embargo, la literatura económica moderna muestra muy pocos puntos de contacto entre desarrollo de largo plazo y banca central. Por ejemplo, todo manual básico de macroeconomía, desde el de Mankiw hasta el de Bernanke o Stiglitz, indica que la política monetaria no tendrá efecto de largo plazo sobre el crecimiento. Por otro lado, los textos principales sobre crecimiento y desarrollo, como los de Ray, Barro y Sala-i-Martin o Acemoglu, no tienen una sola referencia a la banca central. La cuestión es que la mayoría de los miembros del FAP y del radicalismo alfonsinista suscriben a las ideas perimidas mundialmente de un banco central con objetivos directos de desarrollo.

Tomemos por caso a uno de los países donde la izquierda moderna ha sido exitosa: Noruega. El Norges Bank, su banco central, tiene como objetivos “estabilidad de precios, estabilidad financiera, y agregado de valor a través del manejo de inversiones”. Por otro lado, las inversiones a las que aluden son el Fondo del Petróleo, el cual en su mayoría está invertido en títulos y acciones de Wall Street. Todo lo contrario a lo que se ha hecho, por ejemplo, en nuestro país, con el fondo del Anses. Cabe recordar que Noruega es uno de los países más igualitarios del mundo, más rico en términos de ingreso per capita, y con un sistema de seguridad social, en términos de educación, salud, trabajo, y protección a la niñez y a la vejez, más amplios del mundo. Tampoco es necesario irse tan lejos: basta con considerar los bancos centrales de Brasil y Chile, ambos países gobernados durante largos períodos por alianzas de centroizquierda.

En suma, hasta que la llamada izquierda argentina no aprenda estas lecciones de economía básica no será una alternativa real para el desarrollo de nuestro país. En cambio, será, como el kirchnerismo, retórica sin resultados.

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