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El consumo

Ante un cambio de época.

29 diciembre de 2012

(Columna de Ricardo Delgado, director de Analytica Consultora)

Los economistas subestimamos el valor del consumo en las economías modernas. En nuestros análisis, el detalle está en seguir variables tales como la inversión o las cuentas externas, y muy poco énfasis ponemos en analizar por qué las familias gastan en tal o cual rubro, qué estrategias eligen para financiarse o cómo se mueve el gasto familiar en las distintas regiones del país. Es un error. Claro que para sostener el crecimiento se necesita inversión, pero sin el empuje del consumo no habría interés en expandir la oferta. El consumo representa 65% del PIB anual.

Incluso en este pobre 2012, es la variable que más sostuvo al producto. Dos tercios del crecimiento acumulado desde 2010 provino del gasto de las familias. No casualmente es la estrella de la política económica de CFK. Esta realidad nos puso a trabajar en conjunto con la Consultora W, de Guillermo Oliveto, para generar más y mejores elementos de información y análisis del consumo.

Nuevos procesos sobre la Encuesta Permanente de Hogares y sistemáticos trabajos de campo forman parte de la información relevada, de la cual comienzan a emerger resultados más que interesantes. Existe una percepción de “cambio de época” que se está traduciendo nítidamente en la visión de las familias, y que está relacionada con diversas cuestiones. Veamos. La primera, estructural, porque es otro el ritmo de crecimiento al que se puede aspirar. Ya no serán las tasas chinas de 2003-2008 o de la recuperación poscrisis internacional. La nueva normalidad llega con expectativas moderadas de crecimiento (3-4%) y más volátiles. El riesgo, luego de años de bonanza, es que estas expansiones se perciban en la calle.

Como también quedaron atrás los tiempos de superabundancia fiscal, la posibilidad de inyectar recursos públicos será más acotada y selectiva. Se privilegiará a los sectores de ingresos bajos, haciendo sentir con más fuerza el peso de las correcciones a los segmentos de ingresos medios y altos. El fin paulatino de los subsidios va en esa dirección. También la decisión de que en 2012 no haya habido subas del mínimo no imponible a las Ganancias de la IV categoría, licuada en la excepción al impuesto para la segunda cuota del aguinaldo de diciembre. Estos elementos nos hacen proyectar una alta heterogeneidad en el crecimiento de los ingresos en función de los niveles socioeconómicos.

El Gobierno seguirá reforzando con políticas públicas (subsidios, jubilaciones y pensiones, aumentos selectivos de tarifas públicas) las mejoras en el poder adquisitivo de las familias de ingresos medio-bajos y bajos. Los datos también muestran una preocupante anemia en la demanda laboral. Proyectamos una baja expansión del empleo, con la particularidad de que será muy heterogénea entre las diferentes regiones del país, según muestran los datos. Básicamente, la creación de empleo estará traccionada por las perspectivas sectoriales; el mejor panorama está en el energético, con elevado potencial de crecimiento en los próximos años (Vaca Muerta mediante).

Los análisis cualitativos dan cuenta de sensaciones ambiguas y contradictorias en los consumidores. Mientras algunos sostienen que la situación sigue siendo razonablemente buena y que estamos mucho mejor que en la crisis 2001/2002 e incluso que el difícil y recesivo año 2009, otros comienzan a expresar un malestar creciente que se origina fundamentalmente en este viraje de la “abundancia masiva” a la “restricción selectiva”. Entramos a una etapa de “transición” en el consumo, en la que convivirán “lo viejo” (mercados robustos, niveles de empleo razonables, y una economía cotidiana que continúa siendo dinámica) con “lo nuevo” (creciente incertidumbre, confusión, señales nuevas que cuesta decodificar).

Como sucede con todos los fenómenos sociales complejos, las razones son múltiples y se conectan y retroalimentan. Hay hechos concretos, pero también percepciones, deseos, prejuicios, ideología, expectativas y opiniones. Lo cierto es que el país del fin de 2012 no es el mismo que el de fin de 2011. En nuestra más reciente investigación surgen algunos registros específicos que podemos considerar pilares de este giro del humor social. El primero de ellos es la sensación de que “la plata no alcanza”. Debe notarse aquí el impacto clave que tuvo el retraso de más de tres meses en los acuerdos salariales de este año. Aun con niveles similares de inflación, el registro de la gente fue diferente. Básicamente porque durante el segundo trimestre, por primera vez en la era K, se quedaron con toda la inflación nueva y los sueldos viejos en la mano.

La balanza del poder adquisitivo, que hasta aquí había funcionado muy bien y contrariando muchos pronósticos no había frenado el consumo, se desbalanceó. La pérdida de poder adquisitivo durante esos meses tuvo un efecto “develación”. De pronto la inflación entró en escena. Y los consumidores de todas las clases sociales llegaron a una especie de acuerdo tácito: “hay que recortar los gastos”. Todos con el mismo objetivo, que vienen sosteniendo en la última década y que ha sido, hasta aquí, parte de una especie de pacto implícito con el Gobierno: no resignar calidad de consumo.

Nadie quiere perder lo poco o mucho que recuperó en estos años. Para las empresas, el desafío consiste en por adaptarse a este nuevo contexto donde no hay cambios estructurales en las conductas, pero sí nuevos matices que exigen mayor proactividad que en las recientes épocas del crecimiento “fácil”. Con mercados que continuarán siendo atractivos, pero volúmenes que ya no crecen como antes y que, cuando lo hacen, es de manera heterogénea (regiones geográficas, niveles socioeconómicos, canales, tipos de productos).

Con consumidores que continúan comprando, pero con más cautela y anteponiendo la razón a la emoción. Cuando ya no “crece todo”, la rentabilidad está mucho más relacionada con la precisión que con la velocidad.

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