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La persuasión enmarañada

Olariaga y la "cultura exitista".

23 octubre de 2012

A Casandra le fue dado el don de la profecía. Pero le fue quitado el don de la persuasión. Desde entonces nadie dio crédito a sus palabras. El resultado de ese divorcio sería inocuo si la profecía fuera exclusivamente la adivinación del futuro. Pero se torna grave si la profecía la entendemos como el anunciar, a partir de las señales del presente, lo que puede ocurrir mañana. En ese caso, si el profeta persuade, la acción es posible. El liderazgo de persuasión, con capacidad profética, nos prepara para aprovechar oportunidades ¿Cuántas veces la persuasión, sin capacidad de profecía, nos ha enredado en el puro goce del presente, condenándonos a un futuro peor que el posible?

Nuestros profetas laicos ?los tuvimos? no hablaban del futuro como algo que todavía no ocurrió. Sino del futuro incubado en las entrañas del presente. Esas profecías carecen de virtud si no iluminan la alternativa para evitar o, en su caso, aprovechar, ese futuro incubado. La cultura exitista se atasca en el presente y se niega a descubrir lo que está detrás. El exitismo es alimento que atraganta a las mayorías satisfechas. Esa cultura vela la visión del futuro incubado y nos amarra al conformismo dilapidador de oportunidades.

¿Cuál ha sido el saldo del predominio de ese negacionismo de lo que está detrás? De 1974 a 2011, en términos de PIB per capita (en US$ a precios de 2005), crecimos 54%; Chile, 200%, y Colombia y Uruguay, 100%. Nos han superado Paraguay, Brasil, México, y Perú, en ese orden. Entre 1974 y 2011, nuestro PIB se multiplicó por 2,52, detrás de Chile (5,18); Paraguay (4,39); Colombia (3,84); Brasil (3,21); México (3,12), Perú (2,94) y Uruguay (2,66). ¿Cuál fue la causa de la desaceleración relativa respecto de la región? ¿Acaso la opción por un desarrollo socialmente armónico con más equidad, una menor concentración demográfica y mayor equilibrio entre las regiones o un resultado socialmente integrador? ¿El optar por el capital nacional tecnológicamente independiente? No. Esa desaceleración relativa no fue causada por esas buenas razones.

Desde 1975 computamos menos equidad, más concentración demográfica y desequilibrios regionales, extranjerización del aparato productivo, primarización y tendencia al monocultivo y especialización y no diversificación de las exportaciones. Años de decisiones que desconsideraron el futuro que ellas mismas incubaban. ¿Qué decisiones? Libertaria apertura financiera y comercial, endeudamiento improductivo, extranjerización desindustrializante y despilfarro de acumulación. Cinismo ante el desempleo y la pobreza.

Luis Olariaga, amigo de José Ortega y Gasset, en febrero de 1925 fue profeta del futuro entonces incubado. En Revista de Occidente publicó su impresión sobre la Argentina. Llegó a “las costas de la esperanza” junto a un millar de emigrantes que venían a “a tentar fortuna”.

Comentó: “La Argentina, ha resuelto su problema cultural agenciándose instrumentos y métodos extranjeros a costa de no hacer Nación. Se ha procurado capitales, máquinas, medios de transporte, bancos, ferrocarriles, empresas eléctricas, industrias preparadoras de sus carnes y barcos que transportan sus productos de toda clase de naciones. Presa de dependencia, dueña de una tierra magnífica, abundante en alimentos y primeras materias industriales, no ha sentido la necesidad de ir formando el organismo nacional y equipándose, tanto en el orden espiritual como en el material. Para crear independencia económica, se precisa también la limitación del consumo, la reserva de una parte considerable de la renta nacional. La Argentina se ha habituado a vivir sin esa limitación, sin esa reserva, al menos en la medida en que la reserva se hace necesaria. Ha considerado que su gran problema estaba en desenvolver económicamente el país, fuera como fuere. Hoy la Argentina ?sus hombres inteligentes, al menos? tiene aspiraciones de forjarse una economía y una cultura superior propias. Le preocupan las influencias del capital extranjero, la creación de una industria nacional, el cultivo del arte y de la ciencia pura cuanto forma el alma y trabazón ideal de los pueblos. En ese camino ha de hallar varios obstáculos y, el más temible de todos, la confianza que el éxito crea en los métodos de vida ya experimentados, sobre todo cuando procuran una existencia grata. Acaso la Argentina necesite algo más que reflexionar para que se produzca en ella la enérgica reacción que modifique sus tendencias. Acaso tenga que sufrir antes las consecuencias de la crisis económica. Acaso también no tarde en sufrirlas”.

El presente

Han pasado casi cien años. Pero, ¿acaso no hay ahora tendencias que debamos modificar? ¿O la confianza, generada por la vertiginosa salida de las crisis de 2001, nos persuadió de no bucear el futuro de riesgo incubado en las señales del presente? Nos hemos liberado del agobio del peso de la deuda externa que, desde 1975, marcó la desaceleración relativa. No nos hemos liberado de la deuda social. La pobreza afecta a no menos del 20% y el 60% de la población vive con menos de la mitad de nuestro PIB per capita. El nivel de la educación, derivado de esa estructura social, se refleja, entre otros signos, en los malos resultados de las pruebas internacionales de educación.

La cultura “exitista” no es apta para la prioridad de la “reserva necesaria” que reclamaba Olariaga. En cuatro años se fugaron US$ 80.000 millones de dólares del excedente social; declinaron las reservas energéticas; el sistema de transporte se muestra una carga para el desarrollo y la escasa acumulación reproductiva apuntala la especialización y traba la diversificación productiva. Entonces, ¿cuánta deuda estamos acumulando? ¿Nos hemos agenciado la “cultura del éxito a costa de no hacer Nación”?

Las polémicas sobre el pasado argentino van más allá del período de Olariaga, y su descripción de 1925 resultará revulsiva para muchos. Estamos dominados por la persuasión enmarañada ejercida sobre visiones contradictorias del presente. Esta actitud colectiva nos impide descubrir las ya incubadas señales de riesgo del futuro, y actuar virtuosamente sobre ellas. Si no fuera que estamos arriesgando meternos en una eterna puerta giratoria no tendría demasiado valor recurrir, para reflexionar con ellos, a profetas de cien años atrás para invitarnos a pensar, al menos, quince años por delante.

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