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Brasil ante el nuevo contexto

Evitar la apreciación es la tarea.

12 octubre de 2012

(Columna de Ramiro Albrieu, investigador del CEDES)

Los años de gobierno de Lula da Silva fueron años de prosperidad. La economía brasileña retomó su senda de crecimiento, la inflación se mantuvo bajo control y los vestigios de la dolarización de cartera ?tan dañinos en la región en décadas pasadas? fueron atacados severamente. De hecho, la popularidad de Lula le allanó el camino a su sucesora y discípula, Dilma Rousseff.

El diagnóstico de Dilma

Si bien se observa una continuidad en un conjunto amplio de políticas, es evidente que hay un contraste en materia de política financiera externa. Si pudiésemos conocer las ideas de Dilma sobre el manejo de los flujos de capital (y sus efectos sobre la competitividad externa) al momento de su asunción, su diagnóstico no sería muy alejado del que sigue: el crecimiento económico de Brasil entre 2004 y 2010 se relacionó íntimamente con la entrada de capitales y la apreciación cambiaria. De hecho, durante el boom de 2007-2008 la cuenta corriente fue deficitaria, de manera que el exceso de liquidez externa y la presión consecuente sobre el tipo de cambio se debieron a la entrada de capitales.

Por todo ello, y a pesar de haber partido de niveles de competitividad muy altos en términos históricos, el gobierno de Lula dejó a la competitividad en mínimos históricos y al fantasma de la desindustrialización rondando. El diagnóstico de Dilma sobre el problema de la apreciación cambiaria concluiría, además, que no se trató sólo de factores externos. En cambio, en la política externa financiera de su sucesor estaba el principal problema. La combinación de altas tasas de interés internas y liberalización de la cuenta de capital debía modificarse. Y así se hizo: el nuevo régimen redujo marcadamente las tasas de interés de referencia, que se ubican hoy en 7,5%.

Además, implementó múltiples controles sobre la cuenta de capital, de manera que la composición de los flujos entrantes se modificó sensiblemente. Por ejemplo, desde que comenzó la recuperación a mediados de 2009 hasta el fin de mandato de Lula, el 65% del flujo neto de capitales fue de cartera, mientras que desde la asunción de Dilma hasta mediados de 2012 estos flujos apenas representaron el 25%.

La guerra de divisas

El problema es que el mundo también cambió. Los continuos relajamientos cuantitativos dificultaron severamente la tarea de Dilma, y de ahí que haya sido Brasil el país que instaló el debate sobre la “guerra de divisas”. En los países desarrollados hay un problema de demanda, pero los agentes están sobreendeudados, y la solución es ganar demanda externa. Por supuesto, se trata del rebalanceo global que Estados Unidos y Europa buscan conseguir, no a través de consensos globales, sino con la política de empobrecer (o encarecer) al vecino mediante la exportación de capital y la consecuente apreciación cambiaria en el mundo emergente.

Claro que los capitales no van tanto hacia los países con superávit externo, muchos de ellos prácticamente en autarquía financiera, sino a países como Brasil, que en los desbalances globales participaban como deficitarios.

Las diferencias de respuesta frente a los relajamientos cuantitativos es evidente si miramos los episodios previos al QE3. Tomemos como ejemplo lo ocurrido en los meses siguientes al relajamiento crediticio europeo de mayo de 2010 y a la segunda fase del relajamiento cuantitativo norteamericano (QE2) de noviembre del mismo año. En ambos casos hubo un fuerte aumento en el apetito por el riesgo, detectado en sensibles y similares reducciones en el índice VIX. Lo interesante es que, en el primer caso, en los seis meses siguientes el real se apreció 10%, mientras que en el segundo se depreció 25%. Así, es evidente que el gobierno de Brasil ha reorientado sus políticas hacia el objetivo de no perder terreno en los mercados internacionales y uno de los ejes ha sido la política financiera externa.

Es de esperar, entonces, políticas financieras en ese sentido como respuesta al QE3. Claro que, al no ser suficientes estas políticas, Brasil también ha recurrido al proteccionismo, lo cual ha afectado a otros países ?generalmente emergentes, como es el caso de México?. Un Brasil competitivo y proteccionista está lejos de ser una buena noticia para la Argentina.

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