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La (posmoderna) tragedia griega

Una crisis que lleva varios años.

12 junio de 2012

(Columna de opinión de Pablo Schiaffino, coordinador General de Investigación del Center for Business Research and Studies de la Graduate School of Business de la Universidad de Palermo)

La historia suele ser siempre la misma y lo único que cambian son los actores y las circunstancias. Parte de los hechos de la reciente crisis financiera internacional, con origen en Estados Unidos, ya habían sido reproducidos con causas y consecuencias similares durante la Gran Depresión. Años antes a ese acontecimiento, las reparaciones de guerra impuestas a Alemania, bajo la etiqueta del Tratado de Versalles, sucumbieron a la economía en el caos recesivo e inflacionario. Y para los últimos días de febrero de 2012, el rescate dirigido hacia Grecia presenta similitudes, en su esencia, con ese pacto que arruinó la economía alemana de los años veinte. El plan de rescate aprobado no es más que una reestructuración de deuda pública que, quita mediante a los inversores privados junto a recortes de gasto, promete ir reduciendo el nivel de deuda pública hasta el 120% del PIB para el 2020.

Detrás de la aparente solución, se presupone que la economía griega abandonará las aguas recesivas para comenzar a crecer en el 2014 hasta superar tasas del 2% en los cincos años siguientes. Lo que nadie explica es cómo una economía en plena recesión, alto desempleo, bajas expectativas de recuperación y danzando al borde del default podrá retornar a la senda del crecimiento. Resulta así que la observación no es menor, ya que desde el momento en que Grecia no logre recuperarse, fallará en honrar los pagos de su reciente deuda reestructurada. Hay más razones para creer que las medidas actuales propuestas no serán sostenibles en el mediano plazo ya que los pilares centrales de la macroeconomía (el consumo privado, la inversión, las exportaciones netas y el gasto público) si no se encuentran en caída, están detenidos. Difícilmente sea posible para la economía griega encontrar el camino del crecimiento sin una notoria recuperación de por lo menos alguna de esas variables.

Con el consumo privado deprimido, la sociedad se sumerge en el desempleo junto a expectativas de ingresos futuros pesimistas. Los hogares griegos se declaran en economía de guerra porque la incertidumbre respecto al devenir los obliga a ahorrar cada euro que ingresa. Las tasas de interés son altas, y aunque una reducción de las mismas motivaría un aumento del consumo, con total seguridad sería una solución incompleta. Lejos se encuentra, por parte del Gobierno, medida alguna que procure recuperar el ingreso del sector privado.

Por su parte, la inversión se encuentra estancada ya que simple mente los incentivos a invertir son nulos. Hay exceso de recursos ociosos tanto en el capital como en el trabajo y porque, junto a la actual demanda deprimida, reina el pesimismo sobre el futuro: los empresarios helenos no tienen razones para demandar nuevo equipamiento. El crédito, por otro lado, se encuentra paralizado. El caballito de batalla de cualquier política económica que consiste en aumentar las exportaciones y reducir las importaciones, suena inviable para Grecia mientras quede atada al euro. En otras palabras, si bien una devaluación de su moneda sería beneficiosa, esto no es posible desde el momento en que carece de política monetaria.

La colaboración de sus socios comerciales, como Alemania, brilla por su ausencia y si bien los recientes recortes salariales pueden ganar algo de competitividad, no es una medida recomendable para una economía en recesión. Aumentos en el gasto público resultan la alternativa más a mano para lograr sacar a la economía del estado vegetativo en el que se encuentra. Camino que, sin ir más lejos, vienen aplicando los EE.UU. a pesar de los infinitos impedimentos y debates públicos. El problema es que la eurozona priorizó la austeridad pública y privada por sobre la recuperación económica. La finalidad no es otra que la de obtener caja para afrontar los pagos por deuda pública sin reparar en los problemas de ingreso y competitividad que acechan a la economía desde hace buen tiempo.

Detrás de esa gran cortina discursiva en las declaraciones políticas, la escasez de liderazgo dentro del bloque europeo denota una total falta de visión en conjunto. En suma, el gasto público se contrae y, para el caso, lo que no es recortado es reasignado para pagar intereses de la deuda. Los niveles actuales de consumo, inversión y de exportaciones netas representan al tridente más característico de la depresión económica. Desde aquí la aritmética macroeconómica es simple: deprimir el gasto público en una economía recesiva genera más recesión y, paradójicamente, una crisis causada por exceso de gasto se soluciona con más gasto. Habrá que esperar para ver si nuevos rescates son necesarios o bien, como creen algunos, cierto milagro de orden no racional e inexplicable salvará a la economía griega de su gran tragedia.

(De la edición impresa)

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