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Una solución italiana

Italia atrae ahora todas las miradas.

14 noviembre de 2011

(Artículo de economista Iván Baumann Fonay)

Si hace tan sólo unas semanas uno hubiese hecho una lista con el orden en el que pensaba que

eventualmente los países de la eurozona podrían caer, esta claramente, hubiera comenzado con

Grecia, probablente seguiría con Portugal y, luego, con Irlanda y España. Hoy la atención está enfocada en Italia, un país que en principio se parece poco a los anteriores. ¿Cómo se ha llegado a esto? A diferencia de buena parte de la Unión Europea, durante los últimos quince años Italia había conseguido mantener un superávit primario que sólo se esfumó con el estallido de la crisis, algo que, por cierto, también había logrado España. Además, los fundamentos de su economía (en particular, el desempleo) son mucho más sólidos que los de buena parte de Europa periférica.

Sin embargo, su carga pesada de intereses, producto en parte de el tamaño de su deuda, le impidió tener superávit fiscal. Dadas sus condiciones macroeconómicas relativamente sólidas, no es descabellado pensar que buena parte de la crisis fue autoinflingida, y que Italia estaría sufriendo

un ataque especulativo. La deuda pública italiana, a mitad de este año, alcanzaba 1,9 billones

de euros, o el 121,4% de su PIB. Para tener una dimensión de este número, basta con considerar que es más que las deudas de Portugal, Irlanda, Grecia y España combinadas. También representa seis veces el tamaño de la economía argentina, a precios de mercado. Esto hace que Italia no sea demasiado grande para caer, sino demasiado grande para ser rescatada.

Lo que es peor, si Italia llegara a necesitar ayuda, el fondo europeo de rescate perdería el aporte de ese país, dejándolo con la mitad de sus recursos disponibles. La deuda pública italiana ha superado el 100% de su PIB desde 1992, y hace diez años que el país prácticamente no crece. Por ese lado, en principio parecería que no hay nada nuevo. Dos cosas sí cambiaron. Primero, el contexto internacional ha diluido el apetito por el riesgo, llevando las inversiones a activos más seguros. En particular, la suba de los rendimientos de los bonos italianos coincidió con las ventas de los bancos europeos de títulos de deuda de Europa emergente. Para fortalecer sus balances, las entidades financieras del Viejo Continente han estado desprendiéndose de parte sus tenencias de bonos soberanos, particularmente de Grecia, Portugal, España e Italia, algunos de ellos generando pérdidas para hacerlo. Estos bonos entran entonces en un círculo vicioso, ya que estas ventas generalizadas hacen subir sus rendimientos aún más.

En segundo lugar, Italia comenzó a sumergirse de a poco en una crisis política que recientemente provocó que el Presidente del Consejo de Ministros, Silvio Berlusconi, renuncie al cargo no bien el Parlamento aprobó reformas a pedido de la Unión Europea, en materia de jubilaciones, mercado laboral, privatizaciones y venta de activos públicos. La creciente inestabilidad política, incluyendo roces entre el primer ministro y el de Finanzas, Guido Tremonti, incidió en el alza de los rendimientos, tanto que ahora Italia está bajo el monitoreo del FMI para garantizar el cumplimiento de estas reformas.

¿Super Mario?

El alivio al país podría venir de la mano de otro italiano. Mario Draghi, quien hasta el mes pasado

había estado al frente del Banco de Italia, es ahora el presidente del Banco Central Europeo (BCE), sucediendo a Jean-Claude Trichet, quien permaneció en el cargo entre 2003 y 2011. La autoridad monetaria estuvo comprando deuda italiana para detener la corrida contra los bonos. Esto no fue suficiente: los rendimientos de la deuda a diez años superaron el 7,5%, marca con la cual otros países solicitaron financiamiento oficial, pero sobre todo es una tasa a la cual la deuda pública, dado su gran tamaño, se hace insostenible en el mediano plazo. Las intervenciones del BCE no han

dado sus frutos porque la entidad aún no se ha comprometido a actuar de prestamista de última instancia.

En una de las primeras medidas desde que asumió, Draghi recortó la tasa de referencia de la eurozona en un cuarto de punto porcentual para intentar estimular la economía, cambiando la tendencia que había iniciado su antecesor el 13 de abril. Dado el tamaño de la crisis en la región, esto no bastará. El problema reside en que, aunque el BCE ha estado participando en el mercado secundario de bonos, debido a su renuencia a adoptar una política más agresiva (para no abandonar su objetivo único de estabilidad de precios), no ha logrado modificar las expectativas del mercado y, dicho sea de paso, no existe ninguna razón para que lo lograra. Hay quienes proponen que el BCE se comprometa a una meta de rendimientos de los bonos soberanos, que bien podría contener la crisis, al menos para los países que, como Italia, sufren problemas de liquidez. Lo que queda por ver es cómo se conciliaría eso con la misión única de Draghi.

Sin embargo, si el anuncio fuera lo suficientemente creíble, la emisión monetaria para la compra de deuda sería mínima, ya que con la mera alineación de expectativas los rendimientos convergerían hacia esa meta. Ante la indecisión de las autoridades, hoy quien tiene el poder para aliviar las tribulaciones que sufre Europa es justamente un italiano, que está al frente de uno de los cuatro bancos centrales más importantes del mundo. La intervención (y sobre todo, el compromiso) del BCE para calmar la corrida contra los bonos europeos podría contener el ataque especulativo, al menos por el tiempo suficiente para que se instrumenten las reformas pendientes.

Al igual que su antecesor, Draghi todavía no ha actuado con la determinación necesaria, por miedo a poner en riesgo su objetivo único de política. Estando en juego la estabilidad financiera y, sobre todo, el futuro del euro, es imprescindible un compromiso político, no sólo del BCE sino de toda la gobernancia de la eurozona para dotar a Draghi del aval para una intervención más potente, determinada y efectiva.

(De la edición impresa)

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