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Menos inflación, más competitividad y menos pobreza

Desafíos económicos para el país. Por Ernesto O'Connor.

07 agosto de 2011

La estabilidad de precios es un requisito imprescindible para el desarrollo económico y social de un país. En este sentido, la inflación interna, cuando es significativamente distinta de la internacional, tiene efectos negativos sobre la economía y la sociedad. Para esto, la política monetaria llevada adelante por un banco central debería tener como prioridad en el corto plazo un nivel de inflación alineado con la experiencia internacional. Esto es clave para evitar problemas de competitividad, inequidad y competencia interna entre salarios e inflación (puja distributiva), pues el sistema de precios no debería funcionar como un redistribuidor de recursos.

El principal objetivo de la política monetaria, por definición, es la estabilización de los precios de la economía, y la institución encargada de hacerlo, el banco central. En la década pasada la mayoría de los bancos centrales del mundo han logrado tasas de inflación de entre el 1% y el 5%, en promedio, sin considerar recientes casos puntuales de deflación, con motivo de la crisis global de 2009. Durante esta crisis, la Argentina, Venezuela y la India se mostraron como países con elevada inflación, alcanzando 14,5%, 26,5% y 15%, respectivamente, en 2009. La tendencia para estos

países continúa a la fecha.

La política monetaria está basada, principalmente, en metas de agregados monetarios ?como la base monetaria?, o en metas de inflación, mediante el uso de las tasas de interés como instrumento regulador de ésta. Sin embargo, más allá del instrumento utilizado, los bancos centrales deben lograr la convergencia de la inflación local a la inflación internacional, ya que si la inflación interna es superior a la internacional, el sistema productivo sufre pérdidas de competitividad y, por otra parte, la inflación se convierte en el “impuesto” más regresivo de la economía desde el punto de vista de la equidad.

En la Argentina, en los últimos años, el objetivo de la política monetaria ha sido la acumulación de reservas y el mantenimiento del tipo de cambio nominal en un nivel determinado, mediante una flotación administrada, generando una caída sostenida del tipo de cambio real, que opera como la única ancla inflacionaria. Los instrumentos utilizados, que han convalidado la inflación, han sido tasas de interés negativas en términos reales y expansión de la base monetaria vía emisión. Adicionalmente, la inflación ha sido realimentada por la puja distributiva, y exacerbada ante

una política de ingresos laxa.

El BCRA ha convalidado niveles de inflación de dos dígitos y no ha transmitido señales respecto de la convergencia de la inflación doméstica a la internacional. Por el contrario, se ha ocupado, por ejemplo, de financiar el déficit del Tesoro y pagar deuda pública de la Nación. Las tasas de interés de un país deberían ser congruentes con un esquema productivo para el desarrollo y la creación de empleo, y la emisión monetaria ajustarse a un objetivo de inflación. En este último punto, debería ajustarse, en un proceso gradual, a la inflación promedio de los últimos años de los países de la región.

Si se consideran las estimaciones privadas, publicadas por algunos diputados de la Nación, o la inflación medida en algunas provincias, como San Luis o Santa Fe, la Argentina, en promedio, triplica estos niveles de inflación. Actualmente, en el mundo predominan los tipos de cambio flexibles con flotación administrada, que a diferencia de lo que sucede en nuestro país, parten de tasas de inflación bajas. En la Argentina, tradicionalmente, un tipo de cambio apreciado sirvió para frenar la inflación en el corto plazo, pero acumuló presiones que han explotado años después. En la actualidad, el atraso cambiario en relación a la alta inflación del período 2008-2011 genera presiones a la corrección alcista del tipo de cambio, frenadas por la intervención del Banco Central.

De todos modos, la mayor inserción internacional ?y un eventual acuerdo con el FMI? generarían un mayor flujo de capitales. La internacionalización, junto a la reducción de la inflación desde 2012, podría provocar tendencias a la apreciación del tipo de cambio. Ante ello, el Banco Central debería regular la entrada de capitales especulativos y no convalidar tasas de interés atractivas en términos internacionales que estimulen la entrada de este tipo de capitales. El Ministerio de Economía, por su parte, también podría desempeñar un rol contra la inflación y a favor de la estabilidad del tipo de cambio, a partir de un genuino superávit fiscal intertemporal, que le permitiría intervenir en el mercado cambiario con el objetivo de evitar la apreciación, pero sin generar presiones inflacionarias, porque el que interviene es el Tesoro y no el Banco Central.

El Tesoro, por ejemplo, podría constituir un fondo anticíclico con las divisas que obtenga, de modo de crear nuevos instrumentos macroeconómicos que sirvan ante las recesiones, o cancelar periódicamente stock de deuda pública, de modo de reducir el ratio deuda/PIB, el cual constituye el mejor y verdadero indicador de solvencia intertemporal del Estado.

Una estrategia productiva de desarrollo, como la que vienen implementando los países del Mercosur, permitiría aumentar tanto las exportaciones como las importaciones. Por el lado de las exportaciones agroindustriales, las de mayor potencial, la eliminación de los ROE y una reducción gradual de las retenciones, junto a una política comercial agresiva, permitirían un boom de producción, empleo y exportaciones.

Esta estrategia orientada al desarrollo nacional, a partir del aumento en la oferta de bienes y servicios producidos (transables y no transables), es la mejor política monetaria contra la inflación. Una mayor oferta quita presiones inflacionarias estructurales a la economía, pues brinda más bienes y servicios para el consumo interno y la exportación y, además, permite crear más y mejores puestos de trabajo en todo el país.

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